Leer libro Título: LA EXPANSIÓN EUROPEA (SIGLOS XIII AL XV)
Autor: CHAUNU, PIERRE
Año: 1982
Género: HISTORIA Y MITOLOGÍA
Formato: PDF

La expansión europea es la explosión planetaria de la Cristiandad latina en detrimento de la misma Europa, o más exactamente, el gran cambio acaecido en el diálogo del hombre y del espacio. Se ha hablado de un primer bosquejo, débil y vago, de economía-mundo a fines del siglo XVI; y más allá de la economía, o por encima de ella, de la progresiva entrada en comunicación -ciertamente al nivel de un número muy reducido- de casi todas las civilizaciones, en promesa, ya, una historia 'única' de la familia de los hombres. La amplitud y por ende la dificultad de este extenso tema no ha escapado a los historiadores. Más bien han tendido a hincharlo. Ya que la historia de la expansión europea (se la ha puesto demasiadas veces en plural) es todavía más rica de futuro que de realidad. Digamos que se escribe mejor en futuro que en pasado o en presente. Es la historia de una invención que lo condiciona todo, es decir, de una invención de hombres y de espacios. En el siglo XIII, ninguna civilización conocía más de un tercio del planeta. El horizonte de Occidente cubría, a través de espesas brumas, 30% de la superficie de las tierras, y de 4% a 5% de la superficie de los mares. El horizonte chino era algo más restringido. El Islam privilegiado de Egipto se encontraba en una situación análoga. Las brillantes civilizaciones mesoamericanas de Teotihuacán o del Yucatán maya jamás llegaron a conocer más de 1% de las tierras emergidas; prácticamente nada de los mares. Las más amplias redes de intercambios efectivos, en China y en las dos orillas hostiles del Mediterráneo, jamás abarcaron más de dos a tres millones de kilómetros cuadrados. Los éxitos del siglo XIII fueron éxitos en profundidad; por lo tanto, cerrados. Los cuatro siglos que siguieron a Las Navas de Tolosa (1212) vieron introducirse, de un modo imperceptible durante mucho tiempo, un proceso irreversible de apertura.

Esta revolución de espacio, al igual que más tarde la revolución industrial, se hizo a partir de un sector geográfico privilegiado entre el norte de Italia y la Hispania atlántica (apenas de 200 000 a 300 000 km2). Esta revolución fue ante todo invención y, por lo tanto, privilegio de una minoría. A menudo, la historiografía, en el transcurso de estos últimos años, ha perdido de vista, por haberle dado en otro tiempo demasiada importancia, este aspecto esencial: la explosión planetaria del occidente cristiano no atañó nunca, antes de 1520, en Europa, a mucho más de algunas decenas de millares de hombres; maciza en el futuro, una historia fina en el pasado se enriqueció progresivamente en la encrucijada cuantitativa de los principios del siglo XV y del XVI (costa de África y continente americano). La salida de la Cristiandad latina por mar en busca de otras humanidades es asunto de motivación y de medios. El paso del Ecuador, la búsqueda de las Indias en el Oeste, la posibilidad de los antípodas, el miedo vencido del mundo al revés, la navegación preastronómica, pertenecen al orden de los pensamientos. Y también el deseo de la. misión y el otro, menos puro y más antiguo, de la cruzada; es también al orden de los pensamientos, al igual que al orden inerte de las cosas, al que pertenece la historia paradójica de la expansión única, la del Oeste cristiano, no por tierra, en continuidad de presencia detrás de un frente pionero de colonización, en una marcha hacia adelante que Rusia reemprendió a fines del siglo XV, sino por el gran salto hacia lo desconocido de la exploración marítima. Esta historia viene a insertarse no sólo en el flujo de una realidad económica que empezamos a discernir, sino en la única historia, verdaderamente esencial, que es la del pensamiento.

La expansión marítima, la expansión erudita, si queremos llamarla así, tomó cuerpo con la primera de las grandes revoluciones intelectuales que todo lo hizo posible. El gran desafío de finales del siglo XII, el del asalto turbador del pensamiento aristotélico olvidado, es decir, una mirada vuelta hacia las cosas y, pese a sus límites, el saber científico de la Antigüedad, llegó también de España. Aristóteles, pues, pero a la altura de los años 1260, con Alberto Magno y santo Tomás de Aquino; una respuesta se precisó en rebasamiento flamígero, a la medida de un gótico que se dejaba acechar por la tentación del virtuosismo. Durante cuatro siglos, a pesar de las críticas puramente negativas de la escolástica scotista y nominalista -no hablemos del insignificante humanismo-, santo Tomás dirigió el orden de los pensamientos de la Cristiandad latina en proceso de expansión planetaria. Le suministró los instrumentos de la conquista y los medios para ordenarla. Muy pronto, la Tierra, a la hora de Magallanes y de Legazpi, se midió en años-distancia como el universo de la astronomía moderna. Con la diferencia, sin embargo, de que nuestros años-luz son pensamiento puro, y las carabelas-vectores del siglo XVI estaban pobladas de hombres. Y así hasta la segunda revolución intelectual que se situó en la hora del milagro de la matematización integral, entre 1620 y 1640.

La historiografía presentaba en otro tiempo la primera fase de la expansión europea en términos de política; hace poco, en la lengua maravillosamente clara del economista. Asunto de hombre, donde el hombre se compromete por completo, debe ser tratado en términos de historia global.


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